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Era más o menos la mitad del siglo pasado cuando el chileno Martín Cruz, que en ese momento pertenecía al Ballet Nacional de Chile, se dirigiría a Lima, la capital peruana, para cambiar por completo su destino. Su formación clásica y su gran ejecución de clásico español, escuela bolera y folclor andaluz, le dieron la oportunidad de formar parte de una de las compañías más importantes de la historia: el ballet de Carmen Amaya.

     Todos en la compañía eran familiares de Carmen salvo Martín, cuyo propósito inicial era realizar bailes de clásico español. No obstante, tardó poco en aprender flamenco y se integró a los demás números, aunque no fue fácil: "Al principio, nadie en la compañía te enseñaba nada, no les gustaba enseñar. Sólo me decían que mirara e imitara; y eso hice". Afortunadamente, Antonia y María, hermanas de Carmen y con quienes Martín trabó una amistad enorme, apoyaron al chileno.  

El inicio: templado por los Amaya

Con el ballet de Carmen, Martín se presentó en Perú, Argentina y México. Todo fue miel sobre hojuelas hasta que llegó la fatalidad: Carmen se enfermó y tuvieron que regresar todos a España. Después de filmar Los Tarantos, la bailaora catalana cayó presa de una enfermedad renal que la aquejaba desde tiempo atrás y no sobreviviría. La compañía se desbandó y Martín regresó a Perú con Antonia y María Amaya.

 

     El destino aparecería de nuevo. Antonia Amaya tomó su propio camino y se fue con su esposo, Chiquito de Triana, a Colombia, luego a Venezuela y acabó en México. Por su parte, Martín y María formaron en Lima su propia compañía: la primera generación del Ballet Arte Español.

El nuevo espectáculo de danza española y flamenco cosechó éxito durante tres años, hasta que María decidió dejar el baile. Martín no se quedó quieto y aceptó la invitación del gobierno de Bolivia: crear una coreografía original con tema tradicional para la compañía nacional boliviana. Así nació "La leyenda de la kantuta", una historia inspirada en la flor típica de esa región. Martín tenía veintitrés años.

    

     Lima era la central desde donde partía hacia La Paz y las demás locaciones —incluyendo la espesura exótica de la selva amazónica— en las que Martín estudió para crear la coreografía. Una vez finalizado el proyecto, emprendió el vuelo a Los Ángeles, donde grabó una serie de comerciales de televisión, entre ellos, uno para Rolex.

     La estadía en los EE. UU. fue corta y pronto regresó a México, que había visitado hacía no mucho con Carmen Amaya. Aquí se reencontró una vez más con Antonia Amaya y formó un espectáculo con ella, Chiquito de Triana, la Chuny Amaya —hija de Antonia— y otra bailarina, presentándose en varios lugares de la Ciudad de México y el resto de la República, incluyendo el otrora mágico espacio para el arte español, la catedral del flamenco en México: Gitanerías.

© 2016. Instituto de la Danza Española ADEC.

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